Opinion (2357)

En 1622 el Papa Gregorio XV creó la Propaganda Fide Congregatio, con la tarea de convencer a todo el mundo de la bondad de la fe católica, dando así comienzo a la actividad misional del cristianismo, que sería copiada en sus procedimientos por confesiones como el fascismo, el comunismo y otros ismos. Durante 1940-1945, el jefe de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, utilizó la prensa, la radio, el cine, la fotografía, para promover el credo nazi, manipular la sociedad y llevarla a la guerra, como lo harían posteriormente Stalin, Mao, Pol Pot, Castro y otros. El manejo de medios masivos de comunicación se convirtió en la esencia de la Publicidad, instrumento por excelencia para promover necesidades, vender productos o servicios y generar moda y comportamientos. La Propaganda vende ideas y la Publicidad cosas, pero hoy en día ambas se amalgaman al punto que no hay político que no tenga un publicista a su lado, dándole tanta o mayor importancia que a su ideólogo. La imagen “vende” más que la palabra y adoramos lindos imbéciles; gobernar, ya no se trata de hacer progresar países o naciones, sino de convencer a un mercado de las bondades de un producto. Los principios de la publicidad se utilizan con mayor frecuencia que los postulados de la moralidad y la ética sociales. La promesa de bienestar; la condena a los reacios a comprar el producto; la orquestación de todos los medios masivos y las redes sociales repitiendo el mismo guion; los objetos de apoyo sicológico, desde pines de solapa hasta apartamentos, forman parte de la publicidad-propaganda que el actual gobierno viene desplegando desde hace cinco años para vendernos lo mismo que nos tratan de vender cuando nos prometen acabar con las arrugas, hacer crecer el pelo o adelgazar a punta de cremas: paraísos irreales. Además, aquí hay un problema serio: el Vendedor Mayor exuda poca credibilidad, el producto es de probada mala calidad y la promesa no se cumplirá, lo que genera una fricción que a su vez origina una repulsión en la audiencia, por lo que, de nuevo, la publicidad entra en escena aplicando el viejo axioma romano del siglo I antes de Cristo: “panem et circenses”. La emoción del gol, la épica del pedaleo, el morbo del amarillismo, las telenovelas y realities amortiguan tal fricción para que, entretenidos, compremos lo incomprable. Después, el vendedor y sus secuaces se ocultarán en el tiempo y le escurrirán el cuerpo a su responsabilidad protegidos por una ciudadanía ajena, española a lo mejor. Aquí, nos quedaremos con el arrepentimiento y el dolor.
 
Con sensatez, madurez y confianza, firmemos para que haya paz pero sin impunidad, se reestablezca la desbaratada justicia y evitemos un nuevo ciclo de violencia.
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Hacemos votos porque al momento de ser publicada esta columna se haya llegado a acuerdos entre el Gobierno y varias organizaciones de campesinos, comunidades indígenas, transportadores   y maestros, y por tanto, hayan sido levantados los paros y todo haya vuelto a la normalidad. Una normalidad que, según la experiencia de los últimos años, no será muy duradera.
 
Estos paros causan daño a la economía y perturban en grado sumo la vida de la comunidad. Llevan a grandes dificultades en materia de suministro de productos, y generan zozobra en las localidades afectadas, repercutiendo necesariamente en pérdidas cuantiosas. Surgen problemas de orden público, pues las marchas se ven infiltradas por agitadores, puede haber excesos en la respuesta de la fuerza pública, y no es extraño que, como acaba de acontecer, haya heridos y muertos en el curso de las manifestaciones.
 
Obviamente, lo ideal sería que las distintas actividades económicas se adelantaran sin interrupciones y que todo funcionara a cabalidad, en beneficio de la economía y de la convivencia en el seno de la sociedad.
 
No obstante, lo cierto es que, así se terminen ahora los paros, la inestabilidad que viene afectando al país en sectores como la agricultura, el transporte, la educación o la administración de justicia,  hace frágil cualquier acuerdo, y muy previsible que en corto tiempo regresen las protestas, los ceses de actividades y los enfrentamientos.
 
El Gobierno únicamente se preocupa en cada coyuntura por resolver el problema inmediato, y para el efecto, además del despliegue de la policía, como no puede impedir la protesta -que corresponde a un derecho de rango constitucional, mientras sea pacífica-, convoca a los organizadores a interminables reuniones que se extienden por varios días. Se compromete a muchas cosas con tal de lograr el levantamiento de los paros, y de inmediato, tras firmar, olvida las cláusulas de los pactos. Los sectores afectados retornan  confiados a sus labores, pero el paso del tiempo les demuestra que el Ejecutivo no pone en práctica lo prometido; que incumple sus compromisos, y que todo sigue igual o peor que antes. Entonces, sintiéndose burlados, todos regresan a la formulación de los reclamos, y otra vez al paro, en un interminable círculo vicioso, que ha desacreditado y deslegitimado en muchos campos la palabra de la administración.
 
Ocurre algo muy grave: ya nadie cree en las promesas del Presidente de la República, ni en los acuerdos que firman los ministros. La falta de seriedad oficial desestabiliza al país. 
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