Opinion (2357)

JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO
El caso de las interceptaciones ilegales a las comunicaciones del Presidente de la República va mucho más allá de la anécdota sobre el precio de los cuadros de Botero, tema al cual se desvió la discusión en muchos medios. El Presidente tiene todo el derecho a invertir su dinero en obras de arte y Fernando Botero tiene todo el derecho a estimar el valor de las obras de su padre.
“La oposición gana cada día más simpatías por el desencanto con el chavismo”
27 Feb 2014
John Marulanda
Algunos creen que las denuncias son oportunas para disminuir la imagen al Ejército y ambientar un Ministerio de la Seguridad, o algo similar, puerta segura para la integración de terroristas arrepentidos y para la disminución del pie de fuerza militar y la reorientación de sus funciones.
En el caso Andrómeda, respuestas límbicas, retractaciones, contradicciones y riesgos para la seguridad del Estado, es lo que parece quedar.
Y aunque la virtud de la inteligencia militar, por comparación con el DAS, es que no ha sido manoseada por políticos ni gobernantes y que sus miembros son soldados, es claro que si hubo errores de buena o mala fe, deben ser castigados de conformidad, pero manteniendo a salvo la esencia de la actividad de inteligencia: la discreción.
Al respecto, intentemos una analogía. El monstruo Ceto amenazó con destruir el reino del rey Cefeo, quien consultó el oráculo de Amon "el oculto" -presumo que especializado en semiótica- y este le dio la solución para salvar su país: entregar su hija Andrómeda desnuda, enjoyada y amarrada a una roca a las fauces del endriago.
Así iban las cosas hasta que aparece Perseo, quien se enamora de Andrómeda y mata a Ceto. Entonces, ¿Va este gobierno a entregar la Inteligencia Militar a la patulea política actual y a los enemigos del Estado que medran bajo su tutela democrática? ¿Se van a exponer impúdicamente las intimidades del sistema que fue la base de la derrota militar de los terroristas? Ramplón error que arranca aplausos de quienes creen, con Groucho Marx, que la Inteligencia militar es una contradicción de términos.
Y entonces, ¿tendremos que esperar un Perseo que nos salve? ¿Qué color de túnica usará ese posible Perseo redentor: azul, roja, amarilla, verde, vinotinto? ¿Vendrá de blanco?
El caso de la probable corrupción, según otros analistas, sirve al actual gobierno para reacomodar una cúpula aún más avenida al postconflicto y penetrar con más burocracia las estructuras administrativas y operacionales de los militares, lo cual puede concluir con la miniaturización del Ejército Operacional y la gestación de una Guardia Nacional, proyecto largamente acariciado, contradictoriamente, por Estados Unidos en los años 60 y hoy en día por los gobiernos izquierdistas de la región.
Ante estas especulaciones, solo queda esperar que haya una investigación eficiente y eficaz, de la que el Ejército Nacional salga fortalecido en su centenaria vocación de milicia "religión de hombres honrados", al decir de Calderón de la Barca.
JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO
Una realidad: han sido los medios de comunicación –unas veces los electrónicos, otras los impresos- los que han destapado los grandes escándalos de corrupción y alertado al país acerca de la existencia de organizaciones delictivas enquistadas en organismos públicos y en entidades privadas, y conciertos para delinquir en los cuales toman parte funcionarios y particulares.
Medios y periodistas, en ejercicio de su libertad de información, establecieron hace años –antes, inclusive, de la Constitución de 1991- las unidades investigativas, que permitieron evitar la impunidad en numerosas ocasiones. Y en años recientes ha sido por conducto de los medios que la opinión ha tomado nota de escándalos tan graves como los mal llamados falsos positivos –verdaderos crímenes de lesa humanidad-, las interceptaciones ilegales de comunicaciones -las de ayer y las de hoy”-, la “parapolítica”, los privilegios existentes en cárceles comunes y en reclusorios militares; los “carruseles” de la contratación; los casos de corrupción en el Ejército, en municipios y departamentos y en algunos despachos judiciales; las “pirámides”; las estafas en la Bolsa; la “mermelada” repartida para comprar conciencias… En fin, una labor que, salvo casos muy excepcionales en que se ha afectado la honra y el buen nombre de personas inocentes (lo que también ha ocurrido, y es malo que haya ocurrido), ha sido en general fundada en hechos reales y probados, o cuando menos ha dado lugar a la actuación de los órganos de control e investigación.
Bien por los medios. Pero merece análisis el hecho de que normalmente sean los medios los que primero lleguen y que sólo hasta entonces actúen las autoridades, tanto las gubernamentales como las de control. Ya se ha vuelto costumbre que el Estado, cada vez con mayor frecuencia, tome sus decisiones “a remolque” de los informes periodísticos y como consecuencia de los escándalos.
Así, por ejemplo, no es edificante, y por el contrario, desalentador, que el Gobierno –el Presidente de la República, el Ministro de Defensa- hayan sido “chiviados” por la revista Semana, dos veces en menos de quince días, sobre las interceptaciones ilegales de “Andrómeda” y la corrupción en algunos estamentos del Ejército. El conocimiento público tardío de tales hechos ha dejado al descubierto que el Ejecutivo no tenía control alguno en esas materias, o –lo que sería peor- que todo se produjo a su ciencia y paciencia, y sin ninguna indagación de carácter interno. La deplorable actuación gubernamental ha consistido en una sucesión desordenada de determinaciones a posteriori, por cuya forma improvisada y equivocado manejo se ha perjudicado en algunos casos a oficiales cuya presunción de inocencia no ha sido desvirtuada –no hay nada más dañino que la siembra de la duda-, amenazando además con desprestigiar a toda la institución militar, que, en cuanto tal, no lo merece.