Opinion (2373)

 
La crisis en el seno de la Corte Constitucional, que todos los días –después de más de un mes continuo- se sigue alimentando con nuevas noticias, denuncias  y opiniones en los medios de comunicación, parece no tener fin.
 
Tengo la impresión de que, más allá de las mutuas denuncias, denuestos e improperios entre los magistrados, hay algo más de fondo: se ve venir una andanada contra la acción de tutela, contra la Corte y contra la Constitución de 1991. El proyecto de acto legislativo sobre equilibrio de poderes  no parece que suministre la solución a la crisis en curso, entre otras razones porque no puede cambiar las reglas para los procesos ya iniciados, ni las medidas que allí se adopten pueden ser aplicadas con retroactividad (es decir, a hechos anteriores a la vigencia de la reforma), al paso que los protagonistas del caso se muestran más interesados en sus específicos intereses procesales que en el porvenir institucional de la más alta corporación judicial de la República.
 
Claro está. Los enemigos externos de esas instituciones -que los hay muchos- se han frotado las manos muy contentos. Después de veintitrés años de intentos inútiles, porque el pueblo se identificaba con la Constitución, con la acción de tutela y con la Corte, y las defendía, hoy las cosas son muy distintas. La desilusión, el descrédito, la pérdida de respeto y de confianza, hasta la rabia de muchos ciudadanos tienen por blanco al tribunal que hasta hace poco despertaba no solo la simpatía sino las esperanzas de muchos colombianos.
 
A los enemigos de la Corte Constitucional y a los contradictores del nuevo Derecho –ese que ella puso en vigencia con un formidable cuerpo de jurisprudencia y de doctrina-  les ha sido entregada su cabeza  en bandeja de plata, y -lamentable paradoja- por los propios integrantes de la Corporación. Obviamente: sin un escándalo tan gigantesco como este, era imposible derruir el edificio. La Corte Constitucional de hoy es altamente vulnerable, y su destrucción es muy posible. ¿Se dan cuenta los magistrados?
 
Es esencial que se respete y haga valer  el debido proceso de los implicados en faltas disciplinarias o en delitos, pero por causa de esos procesos los magistrados no se pueden llevar de calle a la Institución. Su respetabilidad y dignidad no puede seguir siendo lacerada. Una cosa se debe separar de la otra.
 
El porvenir y la intangibilidad de la Corte, como institución, prevalecen sobre sus pasajeros miembros.
Valora este artículo
(5 votos)
La senadora Viviane Morales denunció en estos días la introducción de un “mico” en el proyecto de acto legislativo sobre equilibrio de poderes.
Valora este artículo
(3 votos)
Ha coincidido el lamentable deceso de Carlos Gaviria, un magistrado ejemplar,  con el peor momento de la Corte Constitucional, a la que perteneció durante ocho fecundos años.
 
Ya ha transcurrido un mes desde la primera denuncia y, por razones que la comunidad jurídica no entiende, el nudo no se ha desatado; por el contrario, ha crecido el escándalo y de manera injusta ha  venido siendo lacerada y hasta puede resultar sacrificada la institución, en aras del inédito enfrentamiento personal entre los magistrados y por un erróneo entendimiento de la presunción de inocencia. Ésta y el debido proceso son principios constitucionales de primer orden  que, como hemos dicho varias veces, deben ser resguardados  y el derecho de defensa –inherente a ellos- respetado escrupulosamente.
 
Pero con franqueza debemos decir también:  la garantía de esos postulados  en cabeza de los individuos -quienes  tienen pleno derecho a reclamarlos y a que se les resuelva pronta y oportunamente su situación jurídica, sin más dilaciones ni aplazamientos-  no se puede confundir con la intangibilidad, la respetabilidad, el prestigio, la imagen y hasta el futuro  de la institución, atándolos al interés procesal de las personas  que en forma pasajera la componen.
 
Desde hace 23 años, en la honrosa compañía de magistrados ilustres -varios ya desaparecidos-  quienes hemos integrado la Corte Constitucional  nos hemos empeñado, en sucesivos períodos,  en construir un sólido cuerpo de jurisprudencia  constitucional  que es modelo en el mundo,  y cuyos fines han sido:  la guarda efectiva y cierta de la integridad y supremacía de la Constitución; el respeto a los derechos fundamentales, a la libertad y a la igualdad; la observancia de los principios y  valores constitucionales. Una tarea difícil pero que se ha desarrollado exitosamente.
 
Como es propio de un tribunal constitucional, cuyos integrantes tienen distinta formación filosófica y académica, que someten a escrupuloso debate todas sus decisiones, que no deben improvisar sus fallos y que están obligados a decir el Derecho en su más alto nivel de manera oportuna y clara, surgían discrepancias en lo jurídico, que no se proyectaban al plano personal. Las discusiones recaían exclusivamente sobre el Derecho, y se daban dentro del debido respeto entre los jueces.
 
Es por eso que resulta exótico -y nos angustia-  lo que acontece. Allí hay magistrados serios e impolutos. Hagan algo. La institución no se puede hundir. Me niego a admitir que lo construido con gran esfuerzo de muchos años se desmorone ahora como un castillo de arena. 
Valora este artículo
(2 votos)
La muerte de Carlos Gaviria Díaz es una pésima noticia para la justicia colombiana. Una noticia que llega, además, en el momento en que la Corte Constitucional a la que perteneció  se encuentra en el más vergonzoso nivel de desprestigio.
Valora este artículo
(14 votos)

Acerca de Nosotros

Nuestro propósito es aprovechar la tecnología en beneficio de la divulgación, el análisis, la controversia, la verificación de los grandes asuntos en que aparece el Derecho, en cualquiera de sus ramas; los procesos judiciales de trascendencia y los más importantes debates y acontecimientos.